El momento en que el arte me atrajo.
No fue amor a primera vista
Yo era el empollón.
Códigos profundos, contextos, conciertos.
No en el consumo. Y mucho menos en la alta costura.
Para mí, el arte era: quieto, enmarcado, detrás de un cristal.
Miré. Asentí. Y seguí adelante.
Hasta que me sostuvo un espejo.
No es de plata. De Louis.
Con emoji. Con corona.
Y una sonrisa descarada que me saltó a la cara.
Entre consumo y concepto
Un viejo bolso de diseño que resurgió de la oscuridad años después.
Pátina, signos de desgaste, un poco de historia.
Y de repente: un emoji con lágrimas de alegría.
Un descanso.
Un guiño en el segmento de lujo.
Me reí. Y lo compré.
No como símbolo de estatus.
Pero como actitud.
BrandArt lo denomina "transformación artística".
Yo lo llamo liberación.
Llévame, pero no me escondas
Arte para llevar.
No es un colector de polvo, sino una pieza de declaración.
Me lo llevo a los cafés, a las reuniones y cuando viajo.
Y sabe que cada cicatriz se convierte en parte de la historia.
Cada arañazo es una pincelada de la vida cotidiana.
El objeto está vivo porque yo estoy vivo.
Y en algún momento vivirá sin mí.
Esto es arte para llevar puesto.
De la pared a la mano
Quería saber quién estaba detrás.
Me encontré con Ralf.
No de tipo galería. Más bien de calle.
Un artista que juega con el lujo, pero nunca se lo toma en serio.
La corona se une a la ironía. El emoji se une al icono.
¿Qué me convenció?
Su mantra: el humor es un arma contra el consumismo.
Amén.
¿Y hoy?
Hoy ya no me limito a mirar el arte.
Me los pongo.
Interactúo con ella.
Y hablo de ellos.
No porque sea caro.
Sino porque dice algo.
Sobre nosotros. Sobre nuestro tiempo.
Y sobre la cuestión de cómo Dar valor a las cosas - o sin valor.